Época: Guerra civil
Inicio: Año 1939
Fin: Año 1939

Antecedente:
La guerra civil

(C) Javier Tussell



Comentario

Es preciso referirse a las causas de la victoria de unos y de la derrota de otros, aunque propiamente fueron todos los derrotados e incluso las generaciones siguientes. La primera reflexión precisa es la que se refiere a las causas militares y sobre el particular hay que recordar que, como dice Carr, la guerra civil española fue "una guerra de pobres", más cercana a la primera que a la segunda guerra mundial, en donde los aprovisionamientos siempre fueron limitados y a ninguno de los dos bandos les era posible emprender dos acciones ofensivas a la vez por carencia de fuerzas de maniobra suficientes. No puede extrañar, en consecuencia, que un observador extranjero, el general Duval, llegara a la conclusión de que en cuanto a técnica militar resultaba decepcionante para quienes habían considerado a los carros o a la aviación como armas del futuro. Rusos y franceses erraron por completo respecto del papel de los blindados; los segundos los utilizaron mal y nadie pudo adivinar su papel en el futuro porque habían sido empleados tan modestamente que su efecto fue imperceptible. Los alemanes pudieron intuir el papel de los carros, pero, en cambio, a pesar de descubrir el papel psicológico de los bombardeos a la población civil, mantuvieron el predominio de los bombardeos ligeros en vez de los pesados con las consiguientes consecuencias durante la guerra mundial.
Pero nos interesa, sobre todo, hacer alusión a las causas del desenlace de la guerra española más que a sus consecuencias sobre la mundial. Sobre el particular hay que decir que, sin duda, el Ejército Popular desaprovechó ventajas iniciales, pues con tan sólo haber utilizado oportunamente dos escuadrillas de aviación hubiera hecho imposible el cruce del Estrecho y, aunque aprendió a combatir a la defensiva tras un largo aprendizaje, sus ofensivas fueron siempre de escasa eficacia al menos respecto de la explotación del éxito, principalmente por la modesta calidad de las tropas. El Ejército de Franco tuvo siempre mucha mayor capacidad de maniobra y de ofensiva, pero las virtudes de quien lo dirigía fueron más la tenacidad y la capacidad logística que la audacia o la brillantez de ejecución. No hay que ver un especial maquiavelismo en Franco por la longitud de la guerra, que fue la consecuencia de sus limitaciones. Si el desenlace de la guerra civil no puede explicarse por esas causas de índole técnico-militar tampoco basta con hacer mención a la intervención exterior. Con independencia de que los volúmenes respectivos de la ayuda exterior fueran más semejantes de lo que ha solido decirse, la forma de recibirla, más constante, y sobre todo la de pagarla, a crédito, favorecieron a Franco. Pero la guerra civil española, aun conmocionando la conciencia mundial, no produjo una intervención extranjera semejante a la de otros conflictos históricos, como la Revolución Francesa o la de la Independencia; en consecuencia, aunque contribuya a explicar el desenlace no es la causa decisiva del mismo.

Un factor probablemente más importante reside en la peculiar contextura de cada uno de los bandos de sus propósitos y objetivos y de la manera que trataron de llegar a ellos. La parte de España que combatió al lado de quienes resultaron vencedores puso mejor los medios para obtener la victoria que los derrotados. Eso no indica que una causa fuera mejor que otra sino que una guerra civil, como cualquier conflicto bélico, tiene unas exigencias imprescindibles. Los propósitos de ambos bandos eran más negativos que positivos (era, en definitiva, el antifascismo y el anticomunismo), pero esta afirmación resulta especialmente cierta en el caso de los vencedores que actuaron por una especie de reflejo defensivo ante una revolución que, en realidad, no estalló sino después de su sublevación y que dio lugar a toda serie de experimentos revolucionarios. Casi siempre en todas las guerras civiles quienes combaten en el seno de uno y otro bando difieren en aspectos muy importantes entre sí; en la española se dio una excepcional unidad en un bando, provocada por la relevancia de los dirigentes militares y por la inanidad de las fuerzas políticas que les seguían y una no menos excepcional tendencia a la dispersión en el adversario. Es posible que el impulso revolucionario animara a la resistencia, pero también garantizó la derrota porque provocó la falta de unidad política y motivó qué el Ejército Popular no fuera un instrumento eficaz para el combate.

La revolución española, espontánea y plural, tuvo, pues, unos efectos contrarios sobre la guerra civil que aquellas otras que, como en China y Rusia, estaban dirigidas y, además, por un solo partido. Algunos protagonistas de este episodio penoso de la vida nacional supieron ver esta realidad. Quien había sido principal inspirador de las operaciones militares del Ejército Popular, el general Rojo, lo dejó escrito: la derrota se produjo porque "fuimos cobardes por inacción política antes de la guerra y durante ella". Franco, en definitiva, no había vencido sino por su superioridad, "una superioridad lograda, tanto más que por su acción directa, por nuestros errores; hemos sido nosotros los que le hemos dado la superioridad en todos los órdenes, económico, diplomático, industrial, orgánico, social, financiero, marítimo, aéreo, humano, material y técnico, estratégico y moral; y se la hemos dado porque no hemos sabido organizarnos, administrarnos y subordinarnos a un fin y a una autoridad" A fin de cuentas, por tanto, la unidad, aunque fuera puramente negativa, jugó un papel fundamental en el resultado de la guerra.

Hubo un hombre que a lo largo del conflicto permaneció apagado y en segundo plano y que, probablemente, hubiera podido hacer mucho más para evitar que se produjera. Se llamaba Manuel Azaña y en esa mezcla confusa de fanatismo y lucidez, de barbarie y heroísmo que es toda guerra civil, él pronunció las palabras más dignas de ser recordadas de todas las que se han dicho sobre ella:

"La obligación, sobre todo, de los que padecen la guerra... sacar la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones... si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia, con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón".

Estas bellas palabras tardarían en ser oídas, nada menos que cuatro décadas. Cuando, al fin, fueron tenidas en cuenta se prestó, sobre todo, atención a razones y factores de carácter mucho más pragmático. Pero también Azaña supo, con ese mismo planteamiento, decir en su día que en una guerra civil la victoria es simplemente imposible: "En una guerra civil no se triunfa contra un contrario, aunque éste sea un delincuente. El exterminio del adversario es imposible; por muchos miles de uno y otro lado que se maten, siempre quedarán los suficientes de las dos tendencias para que se les plantee el problema de si es posible o no seguir viviendo juntos".

Eso es, en definitiva, lo que sucedió en 1975.